Me considero una persona optimista. Siempre veo el lado positivo de las cosas, e intento encontrar lo bueno en todas las personas. Mis acciones están guiadas por la firme esperanza de que las cosas van a salir de la mejor manera cada vez. Este es mi modo de ver y vivir la vida.

Desde luego, las cosas no siempre salen de la mejor manera. Esto es algo de lo que no se suele hablar, pero alguien tiene que decirlo: los optimistas somos los que peor toleramos el fracaso. La razón es muy sencilla. Mientras mayor es la diferencia entre la expectativa y la realidad, más duele enfrentarse con esa realidad. ¡Y los optimistas tendemos a tener las expectativas en las nubes!

Entonces, ¿cómo lidiar con el fracaso? O, con palabras más amables, ¿cómo lidiar con el hecho de que la realidad no siempre satisface nuestras expectativas?

He aquí el dilema, y resolverlo es muy importante, porque me parece que el argumento más fuerte que existe hoy en día en contra del optimismo es precisamente que sienta las bases para la decepción.

Hablaré ahora por experiencia propia, aunque hacerlo sea doloroso. Hace unos pocos meses, «fracasé» en el que era, en ese momento, mi proyecto más importante. Mi vida entera giraba en torno a ese proyecto, y descuidé básicamente todo lo demás para perseguir el sueño. No lo logré. A pesar de que me esforcé, a pesar de que di todo de mí, no estuve ni siquiera cerca del objetivo.

El fracaso (uso la palabra «fracaso» a propósito, porque esa es la primera palabra que se nos viene a la mente cuando no alcanzamos una meta) representó para mí una crisis de identidad. Ya había fracasado en otros proyectos, pero siempre había sido, desde mi perspectiva, porque no me había esforzado lo suficiente o porque no estaba lo suficientemente motivado; siempre era una cuestión de hacer más cosas o hacerlas mejor. Pero en esta ocasión no era ese el problema. Había encontrado, o más bien, había chocado con un límite. Algo imposible de superar. ¡Y en el proyecto que a mí más me importaba!

Pues bien, si había fracasado en esto, ¿qué quedaba para mis otros sueños? Si tengo límites, si hay cosas que no puedo conseguir sin importar cuanto me esfuerce, ¿vale la pena soñar siquiera?

Esto último era lo que más profundizaba la crisis de identidad. Soy un soñador. Vivo de la esperanza. Si dejo de soñar, si pierdo la esperanza, entonces, ¿qué queda de mí?

Llamo a esto la paradoja del optimista. Cuanto más optimista es una persona, más probable es que triunfe… y más probable es que deje de ser optimista si fracasa.

Entonces, ¿cómo lidiar con el fracaso, cuando ocurre?

No hay una sola manera. Como dije, hablaré desde mi experiencia. Hay una frase muy importante, que creo resume muy bien la idea que me llevó a volver a ser yo mismo:

«Se puede hacer todo a la perfección y aun así fracasar por completo»

Este concepto es fundamental. Uno tiende a pensar (o al menos, yo tendía a pensar) que si uno se esfuerza lo suficiente, si hace las cosas bien, puede lograr cualquier cosa.

Volvamos a la frase:

«Se puede hacer todo a la perfección y aun así fracasar por completo»

¿Por qué? Pues porque los resultados no siempre dependen de nosotros. Parece obvio, pero algunas veces estamos tan enfocados, tan convencidos, que lo olvidamos.

No había nada que yo pudiera hacer para que el proyecto llegara a buen puerto, por razones ajenas a mi control. No sé si hice todo a la perfección (seguramente no), pero incluso si lo hubiera hecho, aun así hubiera fracasado por completo. Solo cuando entendí esto pude encontrar la paz.

Entonces, la clave para escapar la paradoja es la siguiente: buscar aquello que depende de nosotros, y solo de nosotros. Por ejemplo, ahora estoy enfocado en convertirme en la mejor versión de mí mismo. Eso solo depende de mí. Es un objetivo que puedo lograr, independientemente de lo demás.

Al final del día, metas como «ser mejor persona» son mucho más convenientes que, por ejemplo, «tener una buena casa». Tener una buena casa depende de muchas cosas; la economía, el mercado inmobiliario, incluso el azar. Ser mejor persona, en cambio, solo depende de ti. ¡Y así puedes mantenerte optimista!

Piensa en algún proyecto en el que no hayas tenido los resultados que esperabas. ¿Perseguías algo ajeno a tu control? Quizá debas enfocarte en aquello que puedas controlar. Porque si tus objetivos en la vida no dependen de ti, siempre dependerás de algo o alguien más para ser feliz.